Conflictos armados y cambio climático disparan de nuevo el hambre

Volvemos a denunciar que aumenta el hambre en el mundo. Tras unos años de avances contra el hambre, aunque lentos pero seguros, el último informe de la FAO (la agencia de la ONU para combatir el hambre y la desnutrición) denuncia que hoy hay en el mundo 38 millones de personas más que pasan hambre. El hambre ya afecta a 815 millones de personas, el 11% de población mundial. El hambre aumenta por primera vez en diez años.

El informe de la FAO apunta a los conflictos armados como causa de ese aumento, agravado por las consecuencias del cambio climático que ya no es solo un riesgo sino que está aquí.

El terrible diagnóstico de la FAO es que no se acabará con el hambre en 2030, como se había propuesto la ONU… salvo con cambios profundos que permitan redistribuir la riqueza y finalicen o se reduzcan los conflictos armados.

Muchas más personas pasan hambre hoy sobre todo en África subsahariana y grandes regiones del sur y Este de Asia, pero aún se sufre más hambre en las zonas con conflictos armados, agravado a menudo por sequías e inundaciones, consecuencia directa del cambio climático. Mirando el mapa del hambre, esa lacra inaceptable ha aumentado en Sudán del Sur, zona de guerra desde hace tiempo, pero también amenazan hambrunas en Nigeria, Somalia y Yemen, regiones también con violentos enfrentamientos armados.

La FAO denuncia que de los 815 millones de personas que hoy sufren hambre 490 millones,más de lamitad están en zonas de guerra.

En los últimos 25 años muchos países habían reducido el hambre y la desnutrición, pero esos avances se han frenado y retrocedido precisamente por la extensión de conflictos armados. La FAO indica que también han aumentado los refugiados y desplazados en sus propios países, que ahora son el doble, hasta 64 millones.

Actualmente hay nueve países con conflictos violentos con más de la décima parte de su población refugiada o desplazada. En Somalia y Sudán del Sur, más de la quinta parte de sus habitantes son personas desplazadas: gentes obligadas a abandonar sus hogares para conservar la vida, aunque no el país por ahora, alejándose de las zonas de mayor violencia.

En Siria, donde la lucha armada es muy violenta y los bombardeos son constantes e intensos, ha huido más de la mitad de sus habitantes, convirtiéndose en refugiados. Lo sabemos por las constantes portadas y titulares del drama continuo de refugiados rescatados en el Mediterráneo y el drama aún mayor de las personas que se arriesgan en frágiles e inseguras embarcaciones y mueren ahogados.

Lo peor de tan injusta e inaceptable situación es que los gobernantes de la Unión Europea han incumplido de modo vergonzoso el compromiso de acoger refugiados, además de haber dado un espectáculo lamentable con el regateo sobre los refugiados que los gobiernos europeos estaban dispuestos a acoger.

El gobierno de España es buena muestra de esa vergüenza. El 26 de septiembre de 2015 el gobierno del Partido Popular se comprometió a acoger a 17.330 refugiados. Dos años después, solo ha acogido a 1.488 personas refugiadas, apenas un 8% de lo comprometido. A este ritmo cicatero el gobierno de España tardaría casi 20 años en acoger a todos los refugiados a que se comprometió. Pero aunque cumplieran esos compromisos, es una minucia al lado de los más de 11 millones de sirios que han huido de la guerra, convertidos en refugiados.

Además, otro factor aumenta el hambre, incluso en regiones sin violencia. Sequías e inundaciones por el cambio climático arruinan cosechas, reducen el ganado y destruyen centros y zonas de producción. Días atrás hemos visto imágenes escalofriantes de los daños causados por los huracanes en el mar Caribe y sureste de EEUU. El resultado final es más hambre.

Un informe del Parlamento Europeo expone las consecuencias del cambio climático desde hoy hasta 2035 y no es tranquilizador. Aumentarán los refugiados por las consecuencias del cambio climático y los fenómenos meteorológicos serán cada vez más extremos. El sur de Europa, sufrirá olas de calor cada vez más frecuentes y sequías prolongadas que provocarán una preocupante reducción de la agricultura, las costas se inundarán y habrá pérdidas considerables de biodiversidad. En el norte y centro de Europa habrá más crecidas en invierno y más desbordamientos de ríos que inundarán pueblos y ciudades, como hemos podido ver estos días en los noticiarios televisivos. Esas situaciones generan desastre, pobreza y necesidades vitales desatendidas. Y más hambre.

Que aumente el hambre es inaceptable, es un crimen. Como dijo Gandhi, el hambre es un insulto que humilla y deshumaniza, destruye el cuerpo y el espíritu: es la realidad más asesina que hay.

¿Hasta cuando gobiernos e instituciones globales vacilarán en afrontar la lucha contra el hambre con decisión y energía?

Frenamos el calentamiento global o vamos el desastre

Los últimos cinco años han sido los más calurosos de la historia desde que se registran las temperaturas. La causa, más emisión de gases de efecto invernadero, según informa la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Y la concentración atmosférica de dióxido de carbono ha alcanzado niveles jamás registrados. Mientras las altas temperaturas han hecho subir el nivel de mar, reducido la superficie de hielo y también los glaciares. Además de crecer los episodios climáticos extremos: olas de calor, de frío, ciclones tropicales, inundaciones, sequías y tormentas letales.

En el quinquenio analizado por la OMM el calentamiento del planeta ha batido récords. El nivel del mar fue el mayor desde que se registra ese dato hace más de un siglo, mientras se reduce la capa de hielo boreal sin visos de recuperación. La máxima extensión de hielo se comprobó el 25 de febrero pasado y fue la menor que se haya registrado: algo más de catorce millones y medio de kilómetros cuadrados. El hielo se derrite.

El año 2015 ha sido el más caluroso desde que se registra la temperatura global y la Tierra ya tiene una temperatura global de 1ºC por encima de la media de la época preindustrial. El límite del Acuerdo de París, para no llegar a una situación irreversible, es que el aumento térmico no exceda 2º centígrados en 2050. Y ya estamos cerca.

El informe de la OMM destaca también más fenómenos climáticos extremos: sequías severas en Australia, Brasil, África Oriental y África Meridional. La OMM calcula que en Somalia hubo 258.000 muertes más de las normales por la sequía y que 18 millones de personas precisaron ayuda urgente para sobrevivir. Algunas sequías han ido acompañadas además de violentos incendios forestales en Asia y Pacífico occidental. Y ha habido olas de calor en Australia, China, India, Pakistán y Europa. España sufrió en 2015 la ola de calor más prolongada. Sin olvidar que ha habido también grandes inundaciones, repentinas y destructoras crecidas de ríos y frío extremo, como el sufrido en Europa en febrero de 2012.

¿Aún hay quien niegue que al cambio climático es una amenaza real muy grave?

España será uno de los países más afectados por el aumento de temperaturas y la desertización, además de sufrir fenómenos meteorológicos extremos cada vez más frecuentes. Pero parece que no pasa nada, porque el Gobierno de España que preside de nuevo Rajoy no reacciona ni toma medida alguna para afrontar la amenaza. Es más, su irresponsable omisión ha provocado el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero: 3,2% en 2015 respecto a 2014 y ya son 18% más respecto a 1990. Pero no solo en España. La Conferencia de Cambio Climático-COP22 de Marrakech certifica más récords de temperaturas extremas y más dióxido de carbono en la atmósfera.

El Acuerdo de París contra el cambio climático entró en vigor el 4 de noviembre. Es el marco internacional donde los Estados asumen el compromiso colectivo para frenar el calentamiento global a largo plazo por debajo de los 2ºC. La mala noticia es que el Acuerdo no concreta medidas para lograrlo. Cada Estado decide qué hacer en su territorio. O no. Y el COOP22 de Marrakech no ha concretado ni aprobado medidas para frenar el calentamiento global.

El principal problema para reducir los gases de efecto invernadero es el enorme poder del sector energético de combustibles de origen fósil (carbón, gas y petróleo), emisores de esos gases. Poder que frena los planes de reducción de gases, porque toca sus beneficios. Pero el dilema es diáfano. O se neutraliza al sector de combustibles fósiles y se cambia el modelo energético por otro de energías no contaminantes o la Tierra va al desastre. El problema se ha agravado con la elección del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, negacionista del cambio climático, que piensa retirar a EEUU (el que más contamina con China) de los acuerdos internacionales contra el calentamiento del planeta. Y eso tendría consecuencias muy graves.

Lo cierto es que, según aumenta la temperatura global, las consecuencias son peores para mucha población del planeta. De no frenarse la temperatura global, por ejemplo, las lluvias serán más irregulares y erráticas. Y disminuirá la producción de alimentos. Si aumenta la temperatura global, aumentará el hambre. Y las muertes.

Hay que actuar con energía contra el calentamiento global. Nos va la vida en ello. Y no es exageración.

Apenas queda tiempo para frenar el cambio climático

Los científicos lo confirman sin la menor duda: si no frenamos el cambio climático, la temperatura media global aumentará mucho más de lo aceptable para que la Tierra sea un lugar habitable. Si no lo frenamos ya, las consecuencias serán terribles. Y no es afirmación catastrófista propia de película de Hollywood sino conclusión científica. Un reciente dictamen de la Agencia para la Ciencia de EEUU asegura que 2015 ha sido un año récord en calentamiento global. Y un estudio de la universidad de Harvard de EEUU concluye que el nivel del mar, una de las peores consecuencias del calentamiento, subió año tras año de 1901 a 1990. Mala noticia, además, porque esa subida en los últimos veinte años ha sido mucho mayor que la prevista y eso no es nada bueno.

Lo que sabemos con certeza es que más o menos en los últimos dos mil años, el mar y su temperatura fueron estables. Hasta la revolución industrial del siglo XIX. Entonces empezaron las emisiones de dióxido de carbono y la subida del nivel del mar. Hoy, el Grupo de Expertos de la ONU ha calculado que en el siglo XXI el nivel de los océanos subirá  como mínimo 44 centímetros de media sobre los niveles de 1990. Y eso es mucho subir.

Otro estudio sobre consecuencias del cambio climático, denominado C3E, concreta que el nivel del mar subirá en las costas españolas en el siglo XXI de 60 a 80 centímetros sobre la subida que hubo de 1986 a 2005. Será así si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero. Según ese informe, la mayor subida de las aguas será en los deltas del Ebro, Guadalquivir y Guadiana y, si no se frena el cambio climático, en 2050 las playas españolas habrán retrocedido de 20 a 40 metros. Imaginemos lo que supondrá. Además grandes oleajes y fuertes vientos azotarán los puertos y las infraestructuras costeras españolas. La subida del mar, el aumento del oleaje y los fuertes vientos promoverán violentas galernas y las inundaciones de las costas serán más frecuentes e intensas.

Los daños causados hasta ahora por las emisiones de gases (subida del nivel del mar, mayor acidez de los mares o derretimiento de glaciares y hielos de los polos) serán crecientes si no se toman ya drásticas medidas para reducir y frenar la emisión de gases de efecto invernadero. Según los científicos de la ONU, de no poner remedio, la temperatura aumentaría hasta 4,8 ºC para 2099, cuando el máximo aumento de temperatura global soportable calculado por la ciencia es 2º centígrados. ¿Qué mundo dejaremos a nuestros descendientes?

El calentamiento es innegable y desde 1950 muchos cambios en el clima no tienen precedentes en los siglos anteriores. Hoy la superficie de la Tierra está mucho más caliente que en cualquier tiempo antes de 1850 y cada una de las tres últimas décadas ha sido más cálida que la anterior mientras las olas de calor son cada vez más frecuentes, intensas y duraderas.

Ante esta situación, la ONU promovió que los países decidieran voluntariamente sus volúmenes de reducción de gases de efecto invernadero. Pero ha sido un fracaso y las reducciones de gases así realizadas han sido tan ridículas que de momento vamos hacia un calentamiento global de 3ºC. Y 3ºC de aumento es multiplicar por tres veces y media las consecuencias del cambio climático sufrido hasta ahora según los mismos expertos. Más huracanes y más violentos, más deshielo de glaciares, más deshielo del Ártico y Antártida, mayor subida del nivel del mar, diluvios torrenciales más frecuentes y enormes sequías con sus correspondientes grandes incendios de bosques.

Para frenar el cambio climático no hay otra salida que reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Lo de crear un ‘mercado’ de emisiones de gases para que los países que contaminan menos (por ser más pobres y menos industriales) vendan el ‘derecho’ a contaminar más a los países más ricos e industriales y que la suma de emisiones de ambos fuera un volumen menor de esos gases ha demostrado ser conpletamente inútil, además de una estupidez y una tomadura de pelo.

Hay que abandonar la energía con combustibles fósiles y sustituirla por energías limpias y renovables. Además de proteger los bosques, frenando las talas industriales que reducen la masa arborea del planeta. Porque los bosques son aliados de la humanidad para reducir los gases contaminantes.

Todo esto abordará el COP 21, la convención del cambio climático de Naciones Unidas, que será en París del 30 de noviembre al 11 de diciembre. Ahí se deberían acordar medidas para que en 2050 se hayan reducido el 80% de emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo. Y así la temperatura global no superaría los 2º centígrados, máximo aumento para nuestra seguridad y vida en la Tierra. Y eso significa que los Estados deben cambiar sus políticas energéticas y reducir las energías contaminantes hasta eliminarlas. Sin excusas. Sí o sí.

Tal vez  lo expuesto parezca dramático  y desmesurado, pero nos conviene más trabajar contra el cambio climático sin rebajas, Si soy dramático, no perdemos nada por reducir emisiones de efecto invernadero porque limpiaremos la atmósfera y la estratósfera, evitando acumulaciones ideseables de gases contaminantes. Pero sí no hay dramatismo,  es cierto (que lo es) y no lo frenamos ya, no habrá remedio. Será tarde.

La amarga verdad es que, hasta hoy, las presuntas medidas internacionales contra el cambio climático han sido inútiles. Porque lo que hay que hacer es reducir de verdad las emisiones de gases de efecto invernadero hastar acabar con las mismas. No hay otra, porque ya no es exagerado decir que nos jugamos el futuro. Nos jugamos también, el presente.

El capitalismo es irreformable

No gana uno para sustos. La situación de la economía global, que no arranca ni a tiros, se agrava de forma paradójica por la rápida rebaja del precio del petróleo. Menos de 50 dólares el barril de petróleo es un palo para los países productores, pero también para la economía general. Muchos economistas coinciden en que el bajo precio del petróleo es un preocupante factor de inestabilidad económica. Y si sube, también. Un sistema de locos.

Pero no aprenden. Cuando la minoría rica y la clase política a su servicio se acobardaron por el hundimiento de Lehman Brothers, prometieron reformar el capitalismo para no repetir el desastre financiero que había estallado. Pero pronto olvidaron promesas y propósitos de enmienda y convirtieron la crisis en un modo de enriquecerse más y a mayor velocidad.

Abundando en las irresolubles contradicciones del capitalismo, si el crecimiento supone actividad económica, también es primera causa de la grave crisis ecológica, cambio climático incluido. El capitalismo ha devenido antieconómico, porque los beneficios no superan los perjuicios. Además de no poder evitar las crisis que lo erosionan una tras otra hasta el seguro colapso en el futuro.

En 2007 explotó una crisis poliédrica, con muchas caras: hipotecaria, financiera, económica general, de empleo, de deuda… Y las élites económicas la usaron para que el Estado cediera en su obligación de satisfacer los derechos de la ciudadanía, al tiempo de trasvasar rentas de la clase trabajadora y de esa ciudadanía a la minoría rica. Una derrama mil millonaria al sector financiero y privatización de lo público, lo que es de todos, más recortes sociales, rebajas salariales y pérdida de derechos generalizada.

Siete años después, no hay salida, según las  previsiones de la OCDE para la economía mundial hasta 2060. La organización de los 34 estados más ricos del mundo advierte de que el crecimiento se reducirá un 60% respecto al actual, además de aumentar masivamente la desigualdad. Sin crecimiento, según la visión capitalista, no hay recuperación. Y con crecimiento nos cargamos la Tierra. Si el capitalismo necesita crecimiento exponencial para tener beneficios (y, en teoría, crear empleo), pero supone desigualdad y pobreza, no puede haber recuperación. ¿Qué recuperación verdadera deja en la cuneta a millones y millones de personas? ¿Acaso no conocemos los datos de pobreza, desigualdad y pobreza extrema en todo el mundo, no solo en países empobrecidos y subdesarrollados?n También en países ricos.

Si crece el número de marginados y excluidos en el próximo medio siglo, según prevé la OCDE, cuánta más gente se hunda en la pobreza, peor funcionará el capitalismo. Habrá mucha menos demanda y cada vez, menos. ¿No es significativo que hoy por cada dólar invertido en economía productiva, se dediquen 60 a la especulación financiera? O tal vez más. ¿Acaso el futuro que preparan las élites es el casino financiero? ¿Especular con bonos y títulos de deuda diversa? Pero los bonos y títulos no se comen, no visten a nadie, no curan enfermedades y no son un techo. Sin economía productiva, no hay economía de verdad y, por supuesto, no hay recuperación que merezca tal nombre.

Lo cierto es que, incluso olvidando el imperativo ecológico y la exigencia de combatir el cambio climático, el capitalismo es irreformable. Propuestas de bonísima intención, como la de Thomas Pikkety, de gravar a los más ricos del mundo con impuestos progresivos crecientes más un impuesto global sobre la riqueza para contrarrestar el capitalismo ‘patrimonial’ no tienen posibilidad alguna de aplicarse en el sistema actual. El buen deseo de que la riqueza no esté en pocas manos choca con el alma del capitalismo: concentrarse, ganar cada vez más y en menos tiempo. ¿Acaso puede haber otro capitalismo? ¿Un capitalismo que no genere desigualdades enormes? No, porque está en su ADN. Como está en su ADN ir hacia un colapso final. La única duda es cuándo será.

En realidad, se veía venir. ¿Qué pensar de un sistema que funciona por la inclinación natural al lujo, como escribió Bernard de Mandeville en 1714? Quienes de modo egoísta buscan su propio interés y placer y viven lujosamente, pontificó, hacen circular el dinero, la sociedad progresa y se da la acumulación de beneficios que precisa el capitalismo. Gastar el dinero en lujos beneficia a los pobres, decía Mandeville, porque la demanda de lujo favorece el desarrollo de las industrias y crea empleo.

¿Hace falta algo más para descalificar el capitalismo? Habrá que empezar a ver cómo sustituimos tal engendro.

Hay que frenar el tratado de inversión entre la Unión Europea y Estados Unidos

Cientos de miles de ciudadanos se han manifestado hace unos días por las calles y plazas de veintidós países europeos. Se movilizaban contra el tratado de inversión que negocian en secreto la Unión Europea y Estados Unidos, TTIP por sus siglas en inglés. La ciudadanía reclama que se olvide para siempre ese tratado. Que se entierre.

Abundando en la exigencia de retirarlo definitivamente, recordemos a modo de inventario algunas consecuencias del TTIP, si fuera firmado. Desaparición en la práctica del derecho de huelga, eliminación de negociación colectiva y, por supuesto, salarios cada vez más bajos y empleos más precarios. La feroz competencia sin control de las grandes empresas a las medianas y pequeñas provocaría que cierren miles de éstas y se destruyan un millón de empleos, según cálculos diversos.

Los servicios públicos de sanidad, educación pública, suministro de agua potable, gestión de residuos, transporte se convertirían en negocios privados en manos de grandes empresas. Y la igualación de normas de Estados Unidos y Europa se haría escogiendo las peores, además de impedir a los gobiernos cualquier política social.

En el ansia de privatizar todo lo público, las pensiones de la seguridad social se reducirían en beneficio de las pensiones privadas hasta que los asalariados crean que han de contratarlas para conseguir una pensión aceptable. Sin olvidar que esas pensiones privadas (rentas de inversiones de grandes fondos) dependen de las veleidades de la especulación financiera. Los pensionistas privados holandeses, por ejemplo, lo han comprobado para mal a partir de 2009 por la crisis.

En agricultura, las grandes corporaciones multinacionales controlarán las semillas y la producción de alimentos, eliminando explotaciones agrarias medias, pequeñas y desapareciendo la agricultura familiar en beneficio de las perjudiciales grandes explotaciones agrarias industriales que, además, impiden el equilibrio ecológico. Y, por supuesto, habrá vía libre para los productos transgénicos. También desaparecerán las normas de seguridad de alimentos y en nuestros supermercados se venderán pollos lavados con cloro o terneras engordadas con hormonas.

El cambio climático será mayor amenaza aún porque, fruto de la desregulación campante, no habrá el menor control real de las emisiones de dióxido de carbono. Por descontado, la fractura hidráulica (fracking), muy perjudicial método de extracción de petróleo a miles de metros de profundidad, se extenderá por Europa y habrá más riesgo de terremotos así como la segura contaminación de aguas subterráneas, vitales en las zonas secas.

Y, por supuesto, se suprimirán los escasos controles que pudiera haber aún para frenar algo la especulación financiera desatada, olvidando de forma criminal, pero también estúpida, que la crisis que sufrimos, y de la que no acabamos de salir, estalló por el descontrol del sector financiero y la ausencia de regulación.

Pero aún hay más, como la creación del llamado Mecanismo de Resolución de Conflictos entre Inversores y Estados (ISDS por sus siglas en inglés). El ISDS sencillamente convierte la democracia en un decorado.

Consiste tal engendro en unos pretendidos tribunales de arbitraje internacional, que no son tales sino tres caros abogados privados, que resolverán las demandas que presenten empresas y corporaciones cuando crean que el Estado perjudica sus beneficios actuales o futuros por las medidas que tome el gobierno. Medidas para atender necesidades de la ciudadanía, satisfacer sus derecho,s garantizar la seguridad de los alimentos o proteger el medio ambiente. A esos abogados no los elegirá ciudadanía alguna ni los controlará ninguna institución democrática. Y, todavía peor, sus fallos serán inapelables.

Sabemos cómo funcionan esos falsos tribunales porque esos mismos inventos de arbitraje figuran en otros tratados bilaterales de inversión. Por ejemplo, la República de Uruguay fue condenada a pagar a Philip Morris 1.467millones de dólares. La tabacalera demandó al gobierno porque éste mandó poner en las cajetillas de tabaco que fumar perjudica la salud.

El fraude de las demandas de multinacionales (porque fraude o estafa es) se convertiría en un freno real de la acción de los gobiernos porque, ante la amenaza de reclamaciones multimillonarias por proteger los derechos de la gente y la naturaleza, muchos gobiernos tendrán la tentación de no tocar esas cuestiones. Y la soberanía ciudadana electoral será inútil porque de hecho mandarán las multinacionales con sus demandas y presiones.

Es obvio que hay que frenar el TTIP. Que desaparezca. En 1998 ya se paralizó la firma de un precedente casi tan maligno, el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) por la movilización ciudadana global. Y podemos volver a hacerlo.

Cambio climático y capitalismo

Los refugiados políticos en el mundo son 12 millones, pero los desplazados por consecuencias del cambio climático son  ya 25 y pueden llegar a ser 200 en 2050 según el informe Cambio Ambiental y Escenarios de Migración Forzada elaborado por siete universidades.

Africanos de Sudán, Eritrea, Somalia y Etiopía emigran a a Arabia Saudí, por Yemen, huyendo del avance de la desertización de sus países. La lluvia en Senegal ha disminuido un 50% en los últimos veinte años, han desaparecido tierras de cultivo y la gente emigra a Europa en cayuco. En Mozambique huyen miles de desplazados por inundaciones. Mucha gente emigra de Bangladesh, donde también sube el nivel del mar, y por destructoras inundaciones cada vez más frecuentes. Del archipiélago Tuvalu en el Pacífico emigran a Nueva Zelanda por la misma razón, la subida del nivel del mar. En China hay migraciones por el avance de la desertización. En la región andina de Ecuador disminuyen las lluvias y eso provoca más emigración a Europa. En Murcia y Almería de España avanza la desertización con grandes sequía. Los incendios incontrolables de Australia también tienen que ver con el cambio climático…

La aplastante evidencia de los efectos del cambio climático no parece mover a los gobiernos a tomar medidas que reduzcan la emisión de gases de efecto invernadero. Pero la ciudadanía y las organizaciones de la sociedad civil sí son conscientes del grave problema. Por eso hubo hace unos días una multitudinaria movilización ciudadana global para exigir medidas contra el cambio climático. Millones de personas se manifestaron en 2.808 ciudades de todo el mundo para presionar a la Cumbre del Clima en Nueva York, ciudad en la que se movilizaron más de 300.000 personas.

Según el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU (GIECC) el cambio climático será causa de la desaparición de medios de sustento en zonas costeras y pequeños estados insulares por tempestades, inundaciones y subida del nivel del mar; riesgos graves para la salud y desaparición de medios de sustento de grupos urbanos por inundaciones en el interior; destrucción de infraestructuras y servicios vitales como agua, electricidad, instalaciones sanitarias por fenómenos meteorológicos extremos; más mortandad y enfermedades en períodos de gran calor y más hambre por destrucción de sistemas de alimentación; pérdida de recursos y sustento en zonas rurales por severa reducción del agua potable y de riego; pérdida de bienes y servicios en comunidades costeras y de pescadores en los trópicos y en el Ártico…

¿Se puede contener el aumento de temperatura global y el consecuente cambio climático? Sí, si se toman medidas, pero pronto, según el GIECC. Entre otras, transformaciones tecnológicas profundas y cambios en la conducta individual y colectiva para sustituir el consumismo por el consumo responsable. Y que el petróleo deje de ser la principal fuente de energía.

Para frenar el aumento de la temperatura de la Tierra a 2º C como máximo es imprescindible reducir la emisión de gases de efecto invernadero de un 40% a 70 %, según zonas, respecto a la emisión total de 2010. Más allá de 2º C, las consecuencias son catastróficas.

Desde la revolución industrial, la emisión de gases de efecto invernadero ha aumentado sin cesar. Esos gases alcanzaron un nuevo máximo en 2013, según un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial. La concentración de dióxido de carbono, principal responsable del calentamiento global, aumentó en 396 partes por millón en 2013; el mayor aumento anual en 30 años. No aprendemos, pero el cambio climático es cuestión de vida o muerte: continuar la historia de la humanidad o desaparecer. Como desaparecieron los dinosaurios.

Según ha escrito el ecologista Florent Marcelleci “para evitar un aumento de temperatura de más de 2º (acordado en la cumbre de Copenhague de 2009), el PIB mundial tendría que disminuir más de un 3% anual; 77% entre hoy y 2050”. Y el economista francés Michel Husson, citado por Marcelleci, plantea un dilema: crecimiento y consecuencias climáticas desastrosas o reducir el PIB y recesión con duras consecuencias sociales. ¿Es así? ¿No hay otra alternativa? Los analistas estadounidenses Fred Magdoff y John Bellamy Foster sostienen que el dilema es propio del capitalismo, porque el capitalismo necesita crecimiento y el crecimiento lleva al desastre climático. Sin olvidar que lo de un capitalismo sostenible, en un sistema que se mueve por los beneficios, es el sueño de una noche de verano. Pero si sustituimos el capitalismo, como condición necesaria, es posible una civilización ecológica sin desigualdad. Ardua y dura tarea, sin duda, pero ¿hay otra opción?

¿Frenar el cambio climático en el capitalismo?

Noticiero televisivo. Lluvias torrenciales en Estados Unidos. Una calle se hunde y arrastra docenas de automóviles, aceras, vía del tren… En segundos desaparece una manzana entera de la calle 26 de Baltimore. Solo una muestra. Las consecuencias del cambio climático están ahí. Subida del nivel del mar, océanos más ácidos, sequías e inundaciones dejan sus huellas terribles en todo el planeta. Incluso un reciente informe de la Casa Blanca reconoce las tremendas consecuencias del calentamiento en su territorio, pero nada propone. Tal vez porque Estados Unidos es el segundo país del mundo, tras China, que emite más gases de efecto invernadero. Y esos gases son responsables del cambio climático.

Desde hace años, muchas zonas de la Tierra son castigadas por temibles huracanes, destructoras tormentas tropicales, diluvios, sequías letales, inmensos incendios incontrolables por la tremenda sequedad ambiental, mientras avanza la desertización y se reducen los polos. El Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU (GIECC) ha concretado las consecuencias de éste en su quinta valoración sobre calentamiento global. Y son para echarse a temblar.

Desaparición de medios de sustento en zonas costeras y pequeños Estados insulares por tempestades, inundaciones y aumento del nivel del mar. Riesgos graves para la salud y desaparición de medios de sustento de grupos urbanos por inundaciones en el interior. Destrucción de infraestructuras y servicios vitales (agua, electricidad, sanidad y protección social) por fenómenos meteorológicos extremos. Más mortandad y enfermedades en períodos de calor extremo. Más hambre por destrucción de sistemas de alimentación. Pérdida de recursos y sustento en zonas rurales por reducción grave de agua potable y de riego. Pérdida de bienes y servicios en comunidades costeras y de pescadores en los trópicos, en el Ártico…

El informe ratifica que, en los últimos 40 años, ha crecido la emisión de gases de efecto invernadero. De 2000 a 2010 ha aumentado mucho más que en los treinta años anteriores. Y Rajendra Pachauri, presidente del GIECC, alerta de que “si no se adoptan medidas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, el cambio climático avanzará y la estabilidad social quedará muy amenazada. El cambio climático propiciará conflictos violentos, guerras civiles y violencia entre comunidades”.

Unas amenazas cercanas y reales que tienen que ver con la libérrima y desregulada actuación de las élites económicas durante décadas para aumentar beneficios. Algo inherente al capitalismo. La única salida para frenar el cambio climático es reducir de verdad la emisión de gases de efecto invernadero. Pero para afrontar el cambio climático, los autores del informe proponen más de lo que ya ha fracasado: colaboración público-privada, préstamos, pago de servicios ambientales, aumento de precio de los recursos naturales, impuestos y subsidios, normas y reglamentos, reparto del riesgo y mecanismos de transferencia. Medidas aplicadas algunas desde 1992, tras la conferencia de Río, que no han detenido el cambio climático y sí aumentado la desigualdad. Y es que no se ataca de raíz la dependencia del petróleo, la madre del cordero de la emisión de gases de efecto invernadero.
¿Por qué vamos hacia un suicidio colectivo? Porque los países capitalistas más contaminantes (incluida China como capitalista, aunque sea de Estado) impiden un acuerdo mundial obligatorio para frenar en serio el cambio climático.

¿Es posible contener el aumento de temperatura global a 2º? El GIECC dice que sí, si se toman pronto medidas. Transformaciones tecnológicas y cambios reales de conducta individual y colectiva. Solo posibles con cambios políticos y grandes inversiones.

Contener el aumento de temperatura de la Tierra a 2º (más allá de la que las consecuencias son mucho más graves) significa reducir la emisión de gases de efecto invernadero de 40% a 70 % respecto a la emisión total de 2010. Para empezar. En España, ante la propuesta de un mercado de intercambio de emisiones, como presunto modo de reducción de emisión de esos gases, un empresario respondía entusiasmado que, si había negocio, se podía hablar. Y esa es la cuestión, que no puede haber negocio alguno si de verdad se quiere frenar el cambio climático. Precisa un cambio profundo, un mundo muy lejano a nuestro mundo actual. Y es posible, por difícil que se vea.

Afrontar el cambio climático es cuestión de vida o muerte: continuar la Historia humana o desaparecer como los dinosaurios. Y con el capitalismo (incluso el más “humano y justo” al estilo Roosevelt de Thomas Piketty y compañía) no se frena el cambio climático. Como es imposible que un zorro sea buen guardián de un gallinero.

La democracia está en crisis

Veinte días encarcelados en Copenhague y una acusación formal de falsificación de documentos y allanamiento de morada. Les pueden caer dos años de prisión. Pero no son delincuentes ni siquiera alborotadores de manifestaciones callejeras. Son activistas pacíficos de Greenpeace que se colaron en el banquete oficial que el gobierno danés ofrecía a mandatarios del mundo durante la fracasada y vergonzosa Cumbre del Clima de Copenhague.

Es cierto que los activistas de Greenpeace entraron en una celebración a la que no habían sido invitados. Pero no robaron nada, no agredieron a nadie, no amenazaron, no insultaron, no hicieron pintadas en las impolutas paredes, no hicieron daño alguno. Vestidos de riguroso esmoquin, sólo desplegaron dos pequeñas pancartas que decían: “Los políticos hablan, los líderes actúan”.

Incluso el diario El País de España ha editorializado que “resulta sorprendente la dureza de los cargos, así como la prolongación de la prisión durante 20 días y el tratamiento dispensado a los activistas como si se tratara de peligrosos delincuentes”.

Juantxo Uralde, director de Greenpeace España, uno de los encarcelados, lo expresó con claridad:

Si nos dicen que estaríamos tanto tiempo en cárcel preventiva, casi incomunicados, con la amenaza de una condena de varios años por una protesta pacífica, hubiéramos creído que eso sucedía en una dictadura, nunca en la democrática Dinamarca».

Aunque quizás saber que Dinamarca está gobernada hoy por el “Venstre Danmarks Liberale Parti” (Partido Liberal Danés) con la ayuda parlamentaria de un partido xenófobo de extrema derecha (Danske Folkepartie) explique porque cosas así suceden en Dinamarca.

Quizás también esclarezca los hechos que el Parlamento danés (con mayoría de derecha y extrema derecha) aprobara a toda prisa días antes de la fracasada Cumbre del Clima una ley que permite el arresto preventivo sin prueba alguna (hasta 40 días). La policía sólo ha de alegar que se podría obstruir el ejercicio de sus funciones investigadoras.

El Artículo 9 de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice: “Nadie puede ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado”. Al parecer ese artículo no está vigente hoy en Dinamarca, aunque Dinamarca aprobó, firmó y ratifico la Declaración. Echar a la basura los derechos humanos (la justicia y la libertad, en definitiva) no es raro en estos días de embuste, ruido, y furia.

En Italia ocurre lo contrario. Allí se elaboran leyes a medida para que los poderosos que infringen la ley eviten la cárcel. Leyes que el primer ministro Berlusconi ha promovido para eludir la justicia. En junio de 2003 hizo aprobar la ley Schifani que le otorgaba inmunidad penal con efectos retroactivos en un proceso por soborno a un juez. Y al volver al poder en abril de 2008,  Berlusconi se dio inmunidad penal con la ley Alfano. El Tribunal Constitucional italiano la declaró ilegal, pero Berlusconi había ganado tiempo suficiente. Y ahora hace aprobar otra ley para blindarse. Esa ley ordena que la instrucción de sumarios por delitos de corrupción o fraude fiscal (que Berlusconi tiene pendientes) sólo puede durar dos años desde que el fiscal empieza a investigar y lo notifica al acusado. Puesto que la investigación e instrucción de sumarios por delitos económicos son necesariamente lentos, Berlusconi y otros miles de procesados por esos delitos se librarán de ser juzgados por sus trapacerías, pues la nueva ley obliga a archivar las acusaciones una vez transcurrido ese arbitrario tiempo máximo de instrucción. Para evitar la cárcel, Berlusconi también ha despenalizado parcialmente hechos por los que se le juzgaba (como falsedad en la contabilidad) y decretado amnistías para algunos delitos.

Reflexionando sobre lo que ocurre en Dinamarca e Italia hemos de concluir que democracia es mucho más que votar cada cuatro años, aunque las elecciones libres sean un pilar del sistema democrático. Democracia es división de poderes. Democracia es un sistema de contrapesos y controles de los poderes del Estado para que ningún poder se exceda. Y, por encima de todo, democracia es respeto de los derechos humanos de todos y cada uno de los ciudadanos, nacionales o de donde sean.

Podríamos citar más hechos del pelaje descrito. Lo de Copenhague y la impunidad con que actúa Berlusconi indican que la grave crisis que sufrimos no es sólo económica y financiera.



Un sistema estúpidamente suicida

Cambiar a una economía baja en emisiones de CO2 no será barato.

Ésta es una de las verdades de la Cumbre del Clima de Copenhague. La Agencia Internacional de la Energía calcula que los cambios en la producción y uso de la energía y en el transporte que son necesarios para reducir las emisiones de gases contaminantes y limitar a 2 grados de calentamiento, tal como se ha propuesto en la cumbre, suponen una inversión de más de once billones de euros hasta 2030. Sólo hasta 2020, unos tres billones.

La otra verdad diáfana es que si no frenamos el calentamiento global, la Tierra con su gente, su flora y su fauna se van al carajo.

Una tercera, que este capitalismo de nuestros sufrimientos es voraz hasta la estupidez. Y una cuarta que, visto el resultado, el mundo lo dirigen necios rematados

La inversión para frenar el calentamiento global es para ahorrar energía, sustituir fuentes contaminantes de energía por otras no contaminantes, captura y almacenamiento de CO2, cambios de hábitos colectivos… También hay quien apuesta por los biocombustibles para reducir las emisiones de CO2, pero ese no parece buen camino: además de las consecuencias indeseables de deforestación y perjuicio para la agricultura alimenticia por la desaforada extensión de cultivos para biocombustibles, éstos no contaminan (comparados con los de origen fósil) pero sí su proceso de producción.

Y también ha quedado claro que hay empresas que huelen mucho dinero en la limitación de CO2. El presidente de la eléctrica española Iberdrola  asegura que “la única manera de bajar las emisiones es que cueste”.

El coste de la energía va a subir» ha dicho otro empresario energético para que nos preparemos los que siempre pagamos todo. La captura y almacenamiento de CO2 “será un negocio para las empresas”, ha asegurado alguien más de ese gremio… Entonces miles de ecologistas, en manifestación por las calles de Copenhague, han gritado a esos empresarios que “es nuestro clima, no vuestros intereses”. Y denuncian que las empresas se envuelven en la bandera verde de la defensa del medio ambiente, pero les importa un rábano. Sólo quieren negocio. Continúan con esa visión (que no quiero calificar porque sonaría a palabrota atroz) de poner los beneficios por encima de cualquier cosa. Y cuanto más y más rápidos, mejor.

¿No ven que una de las cosas a cambiar precisamente es precisamente no situar el beneficio y el crecimiento económicos como primeros (a menudo únicos) motores de la vida en este planeta?¿No han aprendido nada con la crisis y con lo ocurrido en el mundo en los útlimos veinte años?

El resultado necesario de la cumbre de Copenhague era un protocolo del clima  reconocido por todos los Estados con acuerdo firme de reducción de emisiones de CO2 para 2020 del 25% al 40% respecto a las emisiones de 1990. Y que los países ricos ayuden al resto para que accedan a tecnologías de energía limpia.

Pero ya vemos en que ha acabado la Cumbre. Mucho bla, bla, bla, pero nada vinculante. Incluso menos que en Kioto. El parto de los montes. No, peor: la Tierra, el mundo, al borde del abismo.

Estados Unidos no quiere entrar en el Protocolo de Kioto con los países industrializados y la mayoría de los países en desarrollo no están dispuestos a asumir compromisos vinculantes, pero los Estados insulares (los que más sufrirán las consecuencias del cambio climático) recordaron que lo mínimo era seguir con el Protocolo de Kioto y crear un Protocolo de Copenhague, que incluyera en Kioto a Estados Unidos y por el que todos los países desarrollados elaborarían planes nacionales legalmente vinculantes para reducir sus emisiones del 25% al 40%. Pero nada de nada.

Angela Merkel, canciller de Alemania, hizo un dramático llamamiento para un acuerdo vinculante que limite el aumento de la temperatura a 2 grados: “Si no tomamos las medidas oportunas, nos arriesgamos a daños dramáticos”. No le han hecho caso.

Lo cierto es que a pesar de los datos y de las insultantes evidencias de que la Tierra se calienta, los polos se derriten, cada vez hay más tifones y huracanes desmadrados e inundaciones, los deltas se hunden y aumentan los desastres meteorológicos… no se toman las medidas necesarias para salvar la vieja Tierra. Y no olvidemos que salvar la Tierra es salvarnos a todos.

No hay decisión ni compromiso firmes de limitar las emisiones de CO2 y frenar el calentamiento de la Tierra. Y no los hay por los torpes y miopes intereses nacionales, sectoriales y empresariales.

Decididamente este voraz capitalismo neoliberal es estúpidamente suicida.