Empleo y paro no son los que dice el gobierno del PP

Un reciente informe de la Comisión Europea sobre evolución social y empleo en Europa expone que la economía española se recupera, pero a un alto precio. Confirma que España sufre una tasa de desempleo del 19% y la consecuencia del altísimo desempleo y la precariedad que crece es que en España el 28,6% de población está en riesgo de pobreza y exclusión social. Como Letonia, Lituania o Grecia.

No ha sido fácil estar a la cola de lo social de la UE. Han tenido que perpetrarse reformas laborales; en realidad contra-reformas, porque reformar en buen castellano significa cambiar algo para mejorar, que no es el caso.

Las contra-reformas permiten, por ejemplo, que un médico de familia firme en once meses 50 contratos de trabajo. Que otro asalariado encadene desde hace diez años en Correos contratos de seis meses seguidos y despidos de seis meses. Que otro trabajador firme ocho contratos de cuatro meses en una universidad de Madrid. Trampas y más trampas que perjudican a los trabajadores. Sin olvidar que solo el 5% de los contratos son indefinidos y a jornada completa o, lo que es igual, el 95% de nuevos empleos no lo son.

Quienes detentan el poder económico y sus cómplices políticos recurren a la macro-economía para ocultar la cruda realidad. Pero la macro-economía no dice la verdad sobre la vida de la gente trabajadora al presumir de crecimiento económico. El crecimiento económico (como lo entiende el neoliberalismo) no supone empleo suficiente ni garantiza una vida digna a los asalariados.

Hay dos ejemplos históricos de crecimiento económico que no suponen justicia ni vida decente para la clase trabajadora ni para el campesinado: Brasil y México. Ambos países crecieron sin interrupción en el siglo pasado año tras año. Sin embargo, no desapareció la pobreza; ni siquiera se redujo de moto notable. Pero sí aumentó una obscena desigualdad.

En España, el gobierno del Partido Popular presume de crecimiento y pretende que el país se ha recuperado de la crisis. Pero no es así para la gente común que son millones de personas. A mediados de este año, por ejemplo, había en España 1.700.000 asalariados con contratos encadenados: un 10% de los trabajadores con empleo. Y el verano que acaba aportó el peor dato de empleo desde 2008: en agosto se destruyeron 46.400 empleos y la Seguridad Social perdió 180.000 cotizantes. También aumentaron los contratos temporales hasta el 27% y sabido es que esos contratos están mal pagados.

Sin embargo, semanas antes, los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) provocaron una injustificada euforia en el gobierno del Partido Popular. El PP proclamó la recuperación económica, pero solo dos meses después la innegable realidad de un mercado laboral frágil e insuficiente fue evidente de nuevo.

No es cierto que se crea empleo cuando se trabajan muchas menos horas. En 2009, en España se trabajaron 654 millones de horas, pero en 2016, cuando en teoría la economía despegaba, solo se trabajaron 613. Y 41 millones de horas trabajadas menos equivalen a cinco millones de jornadas a tiempo completo menos. ¿Cómo pretenden que hay crecimiento cuando se trabajan tantos millones de horas menos?

Que haya más empleos no significa demasiado para la gente trabajadora, pues gran parte vive en la incertidumbre y no puede llevar un vida digna. Por eso a Cáritas y a los bancos de alimentos les crece el trabajo. Algunos empleos más significan poco si no mejora la vida de la gente .

No es solo cuestión de más empleos; hay que ver qué empleo y como se paga . En realidad, muchos ocupados son subempleados pues trabajan bastantes menos horas de las que necesitan para vivir con dignidad. Actualmente hay 1.940.000 personas subempleadas, tantas como a finales de 2008.

Como denuncia José A. Llosa, “hacer un discurso de recuperación económica sustentado sobre una tasa de paro (19%) que duplica con holgura la media europea ( 8,5%) parece un juego peligroso, máxime cuando, tal y como indican los últimos datos de FOESSA, el 70% de las familias españolas no ha percibido ninguna clase de mejoría respecto a su situación en la crisis”.

La actual situación laboral precaria, y por tanto social, es así porque los gobiernos del PP han creado las condiciones para que los trabajadores pierdan con la austeridad, los recortes y la contra-reforma laboral. En beneficio de la clase empresarial, sobre todo la que controla las multinacionales, el Ibex 35.

Salarios más bajos, menos prestaciones sociales que hace 10 años y una precariedad laboral que campa a sus anchas deterioran la vida de los trabajadores. Esa transferencia de rentas de abajo hacia arriba es la única recuperación económica. Solo para la clase empresarial.

En conclusión, el paro según la EPA no refleja la verdadera situación laboral del país. Excluye de la cifra des parados a los inmigrantes que han vuelto a sus países, a los trabajadores nacionales que emigran y a los desanimados que ya no buscan empleo, que hoy se calcula rondan los 800.000. Y eso sin contar además que el cómputo oficial  considera empleados a quienes la semana anterior a la encuesta ¡hayan trabajado una hora! Una realidad falseada.

Por tanto, teniendo en cuenta lo anterior puede afirmarse que en el Reino de España hay cuanto menos un 10% de parados más que lo que dice la EPA según fuentes de algunas organizaciones sociales. Para rematar el panorama laboral real, cabe añadir la demostrada pérdida de poder adquisitivo de los asalariados. Los funcionarios, por ejemplo, han perdido un 15% de poder adquisitivo con los gobiernos del Partido Popular y los pensionistas el 3,5% desde 2013.

Ese es el panorama real de empleo y paro.

Sin vida digna para todos, la recuperación es una paparrucha

El gobierno, cómplices, secuaces y aliados entonan incesante el magnificat de la creación de empleo. Y parece que hay más empleo, pero ¿qué empleo? No es oro lo que reluce. No se recupera tanto empleo como se alardea y la mayoría de empleos son precarios, inseguros, de corto vuelo y salario miserable. Por eso ya hay un 15% de asalariados pobres. Y en aumento.

Lo cierto es que demasiada gente soporta una vida difícil. El Instituto Nacional de Empleo (INEM) afirma que hoy hay 3.720.297 personas en paro inscritas en sus listas a la espera de un trabajo, pero no son todos los parados. Y la Encuesta de Población Activa (EPA) dice que los desempleados son 4.574.700. Pero esa tampoco es toda la verdad.

Datos oficiales indican que en España hay 33.385.425 personas en edad laboral, de 16 a 64 años, y personas con empleo, dadas de alta en la Seguridad Social, son poco más de 17 millones. La diferencia son 15 millones, que no son parados, pues hay que restar las personas fuera del mercado laboral por causas diversas. Estudiantes, discapacitados con pensiones reducidas, pre-jubilados a los 60 años o antes… Pero entre todos y algunos más no reducen la resta a cuatro millones y medio, porque los números de la EPA siguen sin ser ciertos.

La encuesta sobre el paro no cuenta quienes no tenían empleo la semana anterior a la consulta ni quienes no lo tienen en las dos semanas siguientes. Ni figura como empleado quien tiene un trabajo que dejará de tener en una semana. Por otra parte, los asalariados parados que hacen cursos de formación profesional no cuentan como desempleados. Ni se cuentan las personas que han desistido de buscar empleo, tras años de no encontrarlo. Una situación que no aparece en las encuestas. Las cifras oficiales de paro en España no responden a la realidad. La gente sin trabajo remunerado es bastante más que la reconocida, porque la EPA no lo cuenta todo.

Que economía y mercado laboral no van tan bien como pretenden lo muestran, por ejemplo, los miles y miles de expedientes de regulación de empleo (ERE) que han afectado a 1.200.000 trabajadores en los cinco años de reforma laboral del PP. El Ministerio de Empleo informó que de 2012 a 2016 se presentaron 90.000 expedientes de regulación de empleo. Expedientes que provocaron 236.000 despidos y algo más de 730.000 suspensiones de contratos. A ese casi millón de afectados cabe añadir 228.000 trabajadores a los que se les redujo la jornada y, por tanto, el salario. Curiosa recuperación.

Es esclarecedor que en 2016 el PIB creciera un 3,2%, pero algo más de 3.600 empresas presentaron unos 4.900 ERE, que supusieron 22.200 despidos, 44.000 suspensiones de contrato y unas 7.600 reducciones de jornada laboral. Más de 70.000 trabajadores afectados, sin contar despidos puros y duros o contratos de semanas, días e incluso horas. Que las cifras económicas oficiales poco o nada tienen que ver con la vida real de la gente se ve en el sector turístico, por ejemplo. El aumento de turistas, del que tanto presume el gobierno, no repercute en la situación real de los trabajadores y trabajadoras. Y sí, han venido más turistas, que han ocupado más plazas hoteleras, pero ese aumento no se ha traducido en más empleos ni ha beneficiado a los trabajadores del sector con mejores salarios. Pues mientras los turistas aumentan un 20% desde 2008 y un 9% lo hacen las plazas hoteleras, los empleos del sector hotelero son casi los mismos de hace ocho años. Solo se ha computado un ridículo 0,63% de aumento de empleo, según la Encuesta de Coyuntura Hotelera del Instituto Nacional de Estadística. El mismo número de trabajadores para atender a muchos más turistas con los mismos salarios o menos. Quienes se recuperan son algunas empresas, no la gente trabajadora.

Las grandes cifras económicas no interesan salvo que supongan una vida mejor para el pueblo trabajador. Una vida digna. Llegar a fin de mes sin agobios; alimentarse bien; poder afrontar gastos imprevistos sin zozobras; mantener el hogar a temperatura adecuada (sin temer un sablazo de electricidad o gas); levantarse por las mañanas sin temer la incertidumbre del día… El colmo sería que la gente asalariada pudiera ahorrar algo. Pero ¿cómo se ahorra con salarios de 700 euros o menos?

Sin vida digna para la gente, lo demás son paparruchas.

Crecimiento no es respeto de derechos ni tampoco bienestar social

Circula el equívoco mensaje de que este país, España,  se recupera y se crean empleos a porrillo. Para hacer creíble la patraña, el gobierno del Partido Popular pregona que España crecerá 3,3% este año y 3% el próximo. Y acaso crezca, pero al analizar ese crecimiento se ve que no es oro lo que reluce ni todo el monte es orégano.

Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), durante 2015 en España hubo 678.200 parados menos. Qué subidón, jalea la prensa afin al régimen. Aparentemente. La cifra tiene truco. Según la misma EPA, la población activa (que trabaja o puede trabajar) son actualmente 22.873.700, pero en 2011 eran algo más de 23.400.000. Hoy hay menos población activa. Y 17.9 millones de empleos, pero en 2007 había 20.6. puestos de trabajo. En realidad, la cuarta parte de ese descenso del paro es en buena medida una reducción de población activa, no parados que hayan conseguido empleo. Y hoy hay menos población activa porque muchos inmigrantes han regresado a su país, numerosos trabajadores nacionales (sobre todo los jóvenes) han emigrado y emigran, más la gente desempleada durante largo tiempo que ha tirado la toalla, deja de buscar trabajo y ya no cuentan. Números que no se contabilizan en el paro real.

Lo indiscutible es que un desempleo de más del 20% se mantiene tozudo mientras se bate el récord de contratos temporales. Además de que la mayoría de contratos temporales son de menor duración. En 2006 el promedio era de 79 días, pero en 2015 ya es solo de 53 jornadas laborales. Menos jornadas, menos salario. Más dificultades, más pobreza. Sin olvidar que en siete años apenas se ha creado un tercio del empleo destruido desde 2008. Un empleo que no es de calidad precisamente o, como se ironiza en Madrid, no es para echar cohetes. Según Eurostat, el 91% de contratados temporales en España no han tenido otra opción, no es que hayan preferido ser temporales. Paro y precariedad laboral llevan camino de ser permanentes, estructurales.

Y, contra al falaz autobombo gubernamental de la creación de empleo (que no es tanto ni es en condiciones), la cruda realidad muestra que la propia evolución del capitalismo no permite que haya empleo para todos. Una verdad incómoda en medio del fervor por el crecimiento como panacea prodigiosa.

La segunda verdad perturbadora es que crecimiento económico y bienestar de la gente no van a la par. O van a la contra. Que crezca la economía no significa más bienestar general. El bienestar, entendido como disfrute de vida digna, depende de la distribución de la riqueza. Y, al llegar aese terreno, ahí pinchamos en hueso. Salarios bajos, menos y peores servicios públicos, recortes sociales y mucha menos renta social para la mayoría.

El crecimiento económico refleja una economía, su riqueza, el PIB… Pero de nada sirve que crezca el PIB, si la riqueza resultante no se distribuye con mínima justicia y equidad. Porque es evidente que crecimiento económico no significa bienestar de la gente, como la historia reciente nos muestra.

De 1940 a 1981, el PIB de Brasil aumentó de 6% a 9% cada década. ¿Vivieron mejor brasileños y brasileñas ese tiempo? No. Fueron años de pobreza, de incertidumbre y sufrimiento. Como los anteriores y posteriores. Hasta que Lula fue elegido Presidente, se propuso en serio reducir la pobreza y la situación empezó a cambiar.

Más cerca en el tiempo, en 2010, Libia fue el segundo país del mundo con mayor crecimiento económico, 10.6%; un notable crecimiento. Paradójicamente, en ese país que crecía sin parar la única esperanza para la gente era emigrar. Por su parte, México creció 6% anual desde 1930 hasta 1970, pero cada vez había más pobres y pobres extremos… Crecimiento no es bienestar ni justicia.

Como recuerda el economista Fernando Luengo, “el crecimiento económico no crea suficientes puestos de trabajo, ni en cantidad ni en calidad, es compatible con la reducción de salarios y el enriquecimiento de las élites, priva de recursos a las administraciones públicas, consume recursos escasos y se basa en la sobre explotación de las economías y pueblos más débiles por los más fuertes”.

Por tanto, menos lobos con el crecimiento y la creación de empleo. Mientras haya en España un 15% de trabajadores pobres, más del 50% de paro juvenil y mayoritariamente empleo precario y mal pagado, no cabe hablar de superación económica. Es un chiste malo.

Lo que importa son las personas, la gente, el pueblo trabajador, la ciudadanía, no las macrocifras que ocultan la realidad y con las que sesuelen hacer juegos malabares. Para muestra, un último botón, un botón reciente. En medio de tanto discurso triunfal, este enero en España hay 57.247 personas paradas más. Y también en enero la Seguridad Social ha perdido más de 204.000 cotizantes (es decir, parados o tal vez en la economía suemergida, en condiciones aún peores y sin protección alguna). ¿De qué diablo de crecimiento hablamos?

El capitalismo es irreformable

No gana uno para sustos. La situación de la economía global, que no arranca ni a tiros, se agrava de forma paradójica por la rápida rebaja del precio del petróleo. Menos de 50 dólares el barril de petróleo es un palo para los países productores, pero también para la economía general. Muchos economistas coinciden en que el bajo precio del petróleo es un preocupante factor de inestabilidad económica. Y si sube, también. Un sistema de locos.

Pero no aprenden. Cuando la minoría rica y la clase política a su servicio se acobardaron por el hundimiento de Lehman Brothers, prometieron reformar el capitalismo para no repetir el desastre financiero que había estallado. Pero pronto olvidaron promesas y propósitos de enmienda y convirtieron la crisis en un modo de enriquecerse más y a mayor velocidad.

Abundando en las irresolubles contradicciones del capitalismo, si el crecimiento supone actividad económica, también es primera causa de la grave crisis ecológica, cambio climático incluido. El capitalismo ha devenido antieconómico, porque los beneficios no superan los perjuicios. Además de no poder evitar las crisis que lo erosionan una tras otra hasta el seguro colapso en el futuro.

En 2007 explotó una crisis poliédrica, con muchas caras: hipotecaria, financiera, económica general, de empleo, de deuda… Y las élites económicas la usaron para que el Estado cediera en su obligación de satisfacer los derechos de la ciudadanía, al tiempo de trasvasar rentas de la clase trabajadora y de esa ciudadanía a la minoría rica. Una derrama mil millonaria al sector financiero y privatización de lo público, lo que es de todos, más recortes sociales, rebajas salariales y pérdida de derechos generalizada.

Siete años después, no hay salida, según las  previsiones de la OCDE para la economía mundial hasta 2060. La organización de los 34 estados más ricos del mundo advierte de que el crecimiento se reducirá un 60% respecto al actual, además de aumentar masivamente la desigualdad. Sin crecimiento, según la visión capitalista, no hay recuperación. Y con crecimiento nos cargamos la Tierra. Si el capitalismo necesita crecimiento exponencial para tener beneficios (y, en teoría, crear empleo), pero supone desigualdad y pobreza, no puede haber recuperación. ¿Qué recuperación verdadera deja en la cuneta a millones y millones de personas? ¿Acaso no conocemos los datos de pobreza, desigualdad y pobreza extrema en todo el mundo, no solo en países empobrecidos y subdesarrollados?n También en países ricos.

Si crece el número de marginados y excluidos en el próximo medio siglo, según prevé la OCDE, cuánta más gente se hunda en la pobreza, peor funcionará el capitalismo. Habrá mucha menos demanda y cada vez, menos. ¿No es significativo que hoy por cada dólar invertido en economía productiva, se dediquen 60 a la especulación financiera? O tal vez más. ¿Acaso el futuro que preparan las élites es el casino financiero? ¿Especular con bonos y títulos de deuda diversa? Pero los bonos y títulos no se comen, no visten a nadie, no curan enfermedades y no son un techo. Sin economía productiva, no hay economía de verdad y, por supuesto, no hay recuperación que merezca tal nombre.

Lo cierto es que, incluso olvidando el imperativo ecológico y la exigencia de combatir el cambio climático, el capitalismo es irreformable. Propuestas de bonísima intención, como la de Thomas Pikkety, de gravar a los más ricos del mundo con impuestos progresivos crecientes más un impuesto global sobre la riqueza para contrarrestar el capitalismo ‘patrimonial’ no tienen posibilidad alguna de aplicarse en el sistema actual. El buen deseo de que la riqueza no esté en pocas manos choca con el alma del capitalismo: concentrarse, ganar cada vez más y en menos tiempo. ¿Acaso puede haber otro capitalismo? ¿Un capitalismo que no genere desigualdades enormes? No, porque está en su ADN. Como está en su ADN ir hacia un colapso final. La única duda es cuándo será.

En realidad, se veía venir. ¿Qué pensar de un sistema que funciona por la inclinación natural al lujo, como escribió Bernard de Mandeville en 1714? Quienes de modo egoísta buscan su propio interés y placer y viven lujosamente, pontificó, hacen circular el dinero, la sociedad progresa y se da la acumulación de beneficios que precisa el capitalismo. Gastar el dinero en lujos beneficia a los pobres, decía Mandeville, porque la demanda de lujo favorece el desarrollo de las industrias y crea empleo.

¿Hace falta algo más para descalificar el capitalismo? Habrá que empezar a ver cómo sustituimos tal engendro.