La violencia xenófoba sacude Sudáfrica. Hombres armados negros han atacado asentamientos de inmigrantes negros en Johannesburgo. Docenas de chabolas, incendiadas y más de veinte muertos. Los atacados eran de Mozambique y Zimbabwe. Una ola de xenofobia recorre el mundo. Odio y hostilidad hacia los extranjeros. En Italia se abre la caza de inmigrantes “sin papeles”. Redadas en quince provincias y cientos de detenidos. En Nápoles, vecinos de Ponticelli (feudo de la Camorra) asaltaron y quemaron campamentos de gitanos. En el primer consejo de ministros de Berlusconi, se aprueba que la inmigración “ilegal” sea delito. Los ‘sin papeles’ pueden ir a la cárcel hasta cuatro años; los alcaldes podrán expulsar extranjeros. En Holanda, examen de lengua y cultura holandesas, prueba obligatoria para que esposas e hijos puedan reunirse con marido y padre. Según el Gobierno holandés, para fomentar la integración. Según Human Rights Watch, asociación defensora de derechos humanos, “para frenar la entrada en Holanda de personas de Turquía y Marruecos”.
En España, no se han tomado medidas concretas para que los inmigrantes dejen de ser los más vulnerables. La población inmigrante (10% del total) está discriminada respecto a la autóctona según informe de SOS-Racismo. Amnistía Internacional denuncia que la acción del gobierno ignora por completo el incremento de racismo y xenofobia en el país. Y los 27 que forman la Unión Europea llegan a un acuerdo para expulsar a ¡ocho millones de inmigrantes “sin papeles”!
Asistimos a una perversión de la democracia: los gobernantes electos consideran los miedos y bajezas de los ciudadanos como “voluntad ciudadana” y lo sitúan por encima de los valores de la democracia. Democracia no sólo es votar. Democracia es votar más respeto a los derechos humanos de todos. Democracia no es votar y ahí se acaba todo, porque entonces Hitler, Trujillo y Stroessner (que fueron elegidos) serían demócratas y habrían presidido democracias. Pero no fue así. Democracia es delegar el poder político de los ciudadanos en diputados y en un gobierno, cierto. Pero el poder ciudadano no puede alterar ni pudrir las bases ni los principios de la democracia. Eso es lo que hizo Hitler.
Esta es una época infausta de cobardías, xenofobias, racismos y graves violaciones de derechos humanos, en la que dirigentes democráticos se doblegan a los miedos y cobardías de los ciudadanos. También emergen dirigentes demagogos neofascistas y xenófobos. En los años treinta del siglo XX pasó algo así, pero entoces fue el miedo al movimiento obrero y al socialismo lo que hizo crecer el fascismo y el nazismo. Hoy es el miedo a lo que se ignora, a lo diferente, al extranjero, lo que socava la democracia. Y eso es porque el ciudadano de a pie ve nubarrones en el futuro. Un futuro de incertidumbre impele a rechazar a los de fuera, pero esa incertidumbre es fruto de un sistema económico codicioso, estúpido e insolidario, no de los de que vienen a ganarse la vida.
Aquellos entusiasmos por Hitler y Mussolini, aplaudidos como salvadores de la patria, devinieron sangre, sudor y lágrimas para millones y millones de ciudadanos, y no sólo por la guerra. No hay patria ni raza ni extranjeros; es un mito, una entelequia. Sólo seres humanos con problemas. Y nos necesitamos unos a otros.
Aunque, lo que ocurre no es casual. El miedo es alimentado desde el poder. Pero lo grave no es tener miedo, lo malo es sucumbir al miedo hasta la indignidad. Eso ocurre con la xenofobia.